¿Cómo hablar de salud mental en la región de Urabá cuando en sus municipios hay desempleo, hambre, desplazamiento forzado, muerte selectiva, desapariciones, narco y micro tráfico, químico-dependencia, desesperanza frente al sentido por vivir, apatía frente a la actividad política, poco sentido de pertenencia por los problemas de interés público y lo público, desestimación a los diferentes mecanismos de participación ciudadana, entre otros?
Lo que vemos a diario es que estamos viviendo sometidos a frecuentes situaciones psicosociales que nos están llevando al límite de nuestra capacidad de respuesta y adaptación. Luego entonces, ¿La salud mental sería un problema secundario? ¿Y, los trastornos mentales un problema minoritario en los entes territoriales? ¿Cuál es la concepción que como estudiantes de psicología tenemos de la salud mental? ¿Cómo la entendemos hoy? ¿Salimos de la universidad adoctrinados para abordar el tema de la enfermedad mental sólo desde lo que nos puede ofrecer el DSM-4? ¿Tenemos conocimiento de qué se está haciendo en los diferentes municipios de la región de Urabá en materia de salud mental?
Para enriquecer el debate, la reflexión, el análisis, la crítica y la construcción de conocimiento, cito a continuación los aspectos más relevantes del pensamiento del Dr. Ignacio Martín Baró en su intervención a propósito de la Guerra y Salud Mental, en su -*Conferencia pronunciada en San Salvador el 22 de junio de 1984, en la inauguración de la “I Jornada de Profesionales de la Salud Mental”, y publicada en “Estudios Centroamericanos”, 1984, nº. 429/430, pp. 503-514.
La salud mental entendida primero como la ausencia de trastornos psíquicos y después como un buen funcionamiento del organismo humano, constituiría una característica individual atribuible en principio a aquellas personas que no muestren alteraciones significativas de su pensar, sentir o actuar en los procesos de adaptarse a su medio (ver Braunstein, 1979) –(citado en Baró, 1984). Sano y normal será el individuo que no se vea aquejado por accesos paralizantes de angustia, que pueda desarrollar su trabajo cotidiano sin alucinar peligros o imaginar conspiraciones, que atienda a las exigencias de su vida familiar sin maltratar a sus hijos o sin someterse a la tiranía del consumo del alcohol -(idea no textual).
El trastorno mental así entendido sería un problema minoritario, un problema que apenas afectaría a un sector muy reducido de la población. Aún aceptando que los problemas psíquicos aquejan a más personas de las que son hospitalizadas en clínicas psiquiátricas o acuden a las consultas del especialista, con todo habría que reafirmar que la mayoría de la población puede ser catalogada desde esta perspectiva como mentalmente sana y, por tanto, los problemas de salud mental apenas conciernen a unos pocos. Por eso se ha podido decir, y no sin razón, que el trastorno mental es una dolencia que aqueja a los pueblos desarrollados, pero no un problema de quienes se debaten con las exigencias más fundamentales del subdesarrollo económico y social. (idea no textual).
Según Baró, el problema de nuestra concepción acerca de la salud mental radica en una pobre concepción del ser humano, reducido a un organismo individual cuyo funcionamiento podría entenderse en base a sus propias características y rasgos, y no como un ser histórico cuya existencia se elabora y realiza en la telaraña de las relaciones.
La salud mental constituye una dimensión de las relaciones entre las personas y grupos más que un estado individual, aunque esa dimensión se enraíce de manera diferente en el organismo de cada uno de los individuos involucrados en esas relaciones, produciendo diversas manifestaciones («síntomas») y estados («síndromes»).
Plantea que ya el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, DSM-111, (hoy DSM4 –la inclusión es mía) de la American Psychiatric Association, que algunos consideran el vademecum de quienes trabajan en la salud mental, ha introducido cambios significativos en sus planteamientos taxonómicos. Que uno de los cambios más importantes más importantes lo constituye el dejar de ver los trastornos como entidades patológicas para considerarlos como configuraciones donde confluyen diversos aspectos de la vida humana.
Sin embargo falta mucho, especialmente desde la perspectiva de quienes acceden al campo de la salud mental a través de la Psicología y no de la psiquiatría (ver Eysenck, Wakefield y Friedman, 1983; McLemore y Benjamín, 1979; Schacht y Nathan, 1977; Smith y Kraft, 1983).
Como lo señala Theodore Millon (1983, pág. 813) -(citado en Baró 1984), falta todavía un reconocimiento más pleno del carácter interdependiente entre comportamiento y medio ambiente y, sobre todo, se echa de menos la incorporación de la dimensión interpersonal como eje articulador de la existencia humana.
Se ha tendido a considerar la salud y el trastorno mental como las manifestaciones hacia fuera, sanas o insanas, respectivamente, de un funcionamiento propio del individuo, regido en forma esencial si no exclusiva por leyes internas.
Por el contrario y como señala Giovanni Jervis (1979, pág. 81), -(citado en Baró 1984) «en lugar de hablar de trastorno mental sería más útil y preciso decir que una persona se ha hallado y/o se halla en una situación social por la que tiene unos problemas que no es capaz de resolver» y que le llevan a actuar de una manera que es reconocida por los demás como impropia.
Es evidente que el trastorno o los problemas mentales no son un asunto que incumba únicamente al individuo, sino a las relaciones del individuo con los demás; pero si ello es así, también la salud mental debe verse como un problema de relaciones sociales, interpersonales e intergrupales, que hará crisis, según los casos, en un individuo o en un grupo familiar, en una institución o en una sociedad entera.
Es importante subrayar que no se pretende simplificar un problema tan complejo como el de la salud mental negando su enraizamiento personal y, por evitar un reduccionismo individual, incurrir en un reduccionismo social. (idea no textual).
Ver la salud o el trastorno mental no desde dentro -afuera, sino de afuera- dentro; no como la emanación de un funcionamiento individual interno, sino como la materialización en una persona o grupo del carácter humanizador o alienante de un entramado de relaciones históricas (ver también Guinsberg, 1983) -(citado en Baró, 1984). Desde esta perspectiva, por ejemplo, bien puede ser que un trastorno psíquico constituya un modo anormal de reaccionar frente a una situación normal; pero bien puede ocurrir también que se trate de una reacción normal frente a una situación anormal.
Si la salud o el trastorno mental son parte y consecuencia de las relaciones sociales, la pregunta sobre la salud mental de un pueblo nos lleva a interrogarnos sobre el carácter especifico de sus relaciones más comunes y significativas, tanto interpersonales como intergrupales. Esta perspectiva permite apreciar en todo su sentido el impacto que sobre la salud mental de un pueblo pueden tener aquellos acontecimientos que afectan sustancialmente las relaciones humanas, como son las catástrofes naturales, las crisis socioeconómicas o las guerras.
Entre estos procesos, es, sin duda, la guerra el de efectos más profundos, por lo que tiene de crisis socioeconómica y de catástrofe humana, pero también por lo que arrastra de irracional y deshumanizante (ver Spielberger, Sarason y Milgram, 1982) –(citado en Baró, 1984).
Apreciadas y apreciados compañeros de estudio, el propósito del “cuaderno viajero de psicología” es que a partir de los aportes de Baró, con respecto al tema de la -salud mental-, escribamos nuestros comentarios, que expresemos lo que sentimos y pensamos, que digamos cómo vemos la situación de salud mental en nuestras comunidades, desde la perspectiva de las y los estudiantes de psicología de la UNAD. José Gañán Bedoya. (Chigorodó, 18/09/2010 -12:37pm)
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Baró, Ignacio Martín. Guerra y Salud Mental. -Conferencia pronunciada en San Salvador el 22 de junio de 1984, en la inauguración de la “I Jornada de Profesionales de la Salud Mental”, y publicada en “Estudios Centroamericanos”, 1984, nº. 429/430, pp. 503-514. –Documento en pdf., 1-7 p.
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